Hacia una sociedad más digitalizada
Un meteorito con forma virus está provocando una brutal disrupción en la vida de las personas de todos los continentes. Hoy nada es igual a lo que era hace solo tres meses, y no hay previsión ce...
Un meteorito con forma virus está provocando una brutal disrupción en la vida de las personas de todos los continentes. Hoy nada es igual a lo que era hace solo tres meses, y no hay previsión certera sobre el futuro. Ninguna actividad humana está ajena a este fenómeno, y la economía menos que ninguna.
En medio de este caos hay algunos aprendizajes que ya merecen ser rescatados para diseñar el futuro. No son soluciones universales frente a la complejidad del desorden que vivimos, pero al menos nos dan pistas ciertas sobre tareas que debemos realizar impostergablemente. Entre esas tareas críticas destaca la necesidad de que nuestra sociedad de un salto definitivo hacia la era digital.
Es obvio que la tecnología por sí misma no resuelve todo y que es absurdo suponer que las relaciones humanas se pueden reducir a intercambios en redes virtuales, pero también es evidente que la era digital nos ofrece una diversidad de soluciones de probada eficacia para enfrentar una buena parte de los elementales problemas que hemos padecido en estas últimas semanas a causa de la pandemia.
Para dar algunos ejemplos de estas soluciones, un mayor uso del dinero digital y de los medios de pago electrónicos nos evitaría buena parte de las interminables colas de jubilados y de beneficiarios de planes sociales frente a los bancos, reduciendo la dependencia de la población de los billetes físicos y de los cajeros humanos y automáticos.
Las enormes dificultades del sistema de salud por atender a miles de pacientes simultáneamente nos están demostrando la conveniencia de avanzar en la telemedicina y de disponer de historias clínicas digitalizadas, integrando las consultas médicas con la emisión de recetas electrónicas y el despacho de los remedios en las redes de farmacias. Otro tanto podría ocurrir con los análisis clínicos y la asignación de turnos y el retorno de los resultados.
La interrupción de las actividades del comercio ambulatorio que produjo la pandemia nos hace pensar en la utilidad de extender los servicios del comercio electrónico y de las redes de logística a domicilio, facilitando las legislaciones correspondientes a estas actividades.
¿Puede volver la educación a un estado predigital dónde la única forma de actividad didáctica sea la clase presencial del maestro en el aula? Hemos visto como cientos de miles de estudiantes pueden realizar buena parte de sus tareas en forma remota con una eficaz supervisión de sus maestros y el acceso a materiales didácticos novedosos.
¿Es posible que los convenios laborales no tomen cuenta la existencia del teletrabajo, cuando millones de empleos pudieron continuar operando a distancia desde el domicilio de los trabajadores? ¿Cuál sería el impacto en el transporte público si en el futuro una parte de los empleos no requiriera la presencia diaria del trabajador en su oficina? ¿Cuántas horas de vida recuperarían muchos trabajadores si dos o tres días por semana no tienen que desplazarse a sus destinos laborales, o lo pudieran hacer en horas de bajo tráfico?
¿Es posible que los trámites públicos, permisos, patentes, certificados, reclamos, etc. no puedan resolverse vía internet? ¿Cuánto gasto público evitaría el Estado racionalizando sus operaciones y cuánto mejor sería el servicio al ciudadano?
Tampoco es razonable que los registros de propiedad y catastros públicos sigan operándose como en el siglo XIX, y que los procesos judiciales se hagan sobre expedientes en papel que requieren archivos físicos de impresionante tamaño y pésima eficacia operativa.
Tampoco se explica como la ley que debía impulsar a las industrias del conocimiento, y que fue recientemente aprobada por todas las bancadas mayoritarias del Congreso Nacional, hoy siga suspendida, afectando el desarrollo de las empresas que impulsan la innovación tecnológica en nuestro país.
Este meteorito desnudó la falta de actualización tecnológica que padecen nuestras relaciones sociales y económicas. De golpe tuvimos que improvisar nuevos procedimientos remotos para resolver nuestros problemas cotidianos y este salto abrupto nos enfrentó crudamente con nuestro atraso en la era digital, producto de décadas de conformismo y falta de inversión tanto en el orden público como privado.
No es posible hablar de una Argentina competitiva, moderna, creativa y sobre todo sustentable sin replantearnos nuestras debilidades sistémicas. Los problemas que teníamos antes de la crisis son los mismos que tenemos hoy, pero ahora contamos con un diagnóstico mucho más crudo sobre las consecuencias y costos de nuestro atraso en todos los niveles de nuestra sociedad.
Sería un serio error transcurrir esta crisis monumental que vive nuestra sociedad sin capitalizar el aprendizaje sobre los cambios que son impostergables realizar para que toda nuestra población viva y prospere disponiendo de los recursos tecnológicos propios de nuestra época.
El autor es director ejecutivo de Argencon