¿El fin de una era?
Ante la escalada de muertes y la devastación de la economía global, líderes mundiales (Merkel, Macron, Trump, Conte, entre otros) están comparando a la presente crisis por el coronavirus con la...
Ante la escalada de muertes y la devastación de la economía global, líderes mundiales (Merkel, Macron, Trump, Conte, entre otros) están comparando a la presente crisis por el coronavirus con la Segunda Guerra Mundial (IIGM). Esto nos parece desmedido frente a aquellos bombardeos y destrucción de ciudades, como Londres, Pearl Harbor, Stalingrado, Dresden, Hiroshima, Nagasaki y tantas otras de menor resonancia. Fueron 85 millones de muertos frente a los actuales 60.000, aunque la cifra puede escalar, sin duda.
Durante la IIGM murieron 85 millones, sobre unos 2.300 millones de habitantes; eso significa algo más del 3% de toda la población mundial. El equivalente hoy con 7.700 millones de habitantes significaría unos 250 millones de muertos. No parece ser posible, al estar del conocimiento científico de estos tiempos. El “tsunami” japonés de 2004 ocasionó unos 224.000 muertos, pero poco influyó en el comportamiento de los no afectados directamente.
La destrucción económica tampoco será equivalente. No hay miles de ciudades ni millones de fábricas destruidas. Estamos en presencia de un gran desplome financiero y una caída enorme de la demanda global, que no sabemos cuánto tiempo va a durar. Podrán quebrar muchas empresas, pero la capacidad instalada seguirá en pié, aunque su distribución geográfica podría modificarse radicalmente en el futuro, es decir en los tiempos que vendrán, con menor globalización y con menores dependencias de la fábrica china/asiática por parte de Occidente. Lamentablemente esta pandemia ocurre luego de una etapa globalizadora, con predominio del sector financiero, que provocó grandes desniveles sociales, no solo en países menos desarrollados, sino también en los centrales; además se fueron desmantelado servicios públicos esenciales en el campo de la salud y otros servicios sociales.
Para mantener la economía funcionando, los gobiernos centrales europeos han dispuesto paquetes de medidas nacionales importantes: Italia, 375.000 millones; Francia, 345.000 millones y España, 200.000 millones (en euros). El Plan Marshall, la iniciativa estadounidense para Europa después de la IIGM, fue de 15.000 millones de aquella época (actualizados serían muchos más). Las soluciones se están tomando a niveles nacionales, mostrando que la integración de la UE (Unión Europea) no era lo sólida que parecía y que en el futuro existe el riesgo de que colapse la moneda única.
Sin duda estamos enfrentando una catástrofe mundial. Para los griegos antiguos una “catástrofe” era el final de una “tragedia”, y el momento oportuno para aprender del pasado, meditando sobre lo correcto o lo incorrecto; lo importante o lo superfluo. ¿Qué sociedad hemos construido? ¿Cuál fue el rumbo que nos llevó al abismo? Y otras tantas preguntas que es menester formularse. La mitad del mundo está actualmente detenida y, se supone, está reflexionando. ¿Qué se nos revelará ahora?
Como esta es una crisis inédita y diferente a las anteriores, el revuelo político y económico que ha desatado podría durar largo tiempo. En ese sentido, observamos algunos hechos fácticos portadores de futuro:
-Ninguna potencia individualmente puede salvar al conjunto de las restantes naciones.
-No hay ni liderazgos ni una potencia hegemónica que mantenga un equilibrio global.
-No hay agrupamiento de “aliados”. Todos los países actúan y resuelven en forma individual.
-Hay fracturas culturales entre Occidente y Oriente.
-Dentro de Occidente ya hay fractura entre Estados Unidos y Europa.
-China no puede asumir un liderazgo global y es temida hasta por sus vecinos de Oriente.
-China ha perdido prestigio por ocultar datos, su extrema rigidez centralizada y su gran censura mediática.
-Europa muestra serias fracturas internas; no hay respuesta coherente ni entre Francia y Alemania.
-Europa se encamina hacia serios problemas económicos (preexistentes).
En conclusión: no hay ni unipolaridad, ni bipolaridad, sino un vacío de poder global, lo que implicará un período de turbulencia e incertidumbre, hasta lograr una nueva reconfiguración del poder global. ¿Será el fin de la globalización y la crisis terminal de este capitalismo financiero? Son varias preguntas, aún sin respuestas claras.
Las grandes cadenas productivas deslocalizadas en varias partes del mundo comenzarán a sufrir crisis de orden geopolítico. Es probable que se inicie un período de iniciativas empresarias de menor tamaño y locales; una dispersión de talleres sin tanta concentración fabril; el reemplazo de suburbios altamente poblados por “pueblos” de nuevo estilo (viviendas con centros de producción cercanos); una ocupación más racional de los territorios. Todo esto sería ahora posible por las tecnologías de comunicación e información, que posibilitarán la interconexión entre esos centros dispersos. El mismo fenómeno podría suceder a nivel educativo, donde la currícula estará más integrada a las necesidades de la producción y además utilizando nuevas aplicaciones, ideales para los más jóvenes. La mayoría de los logros tecnológicos no se perderán sino que potenciarán un nuevo modo de integración humana, más ecológica y con mayor bienestar distribuido; estaríamos frente a la posibilidad de una nueva era civilizatoria.
ANÁLISIS Y PROPUESTAS LOCALES
En Argentina durante el 2019 hubo 33.000 muertes por gripe y neumonía; el dengue está extendido en todo el Norte y llega a CABA; por accidentes en las calles y rutas tenemos 8.000 muertos por año, sin contar heridos y daños materiales; los femicidios son incontables y parecerían imparables; los asaltos seguidos de muerte son numerosísimos y tenemos demasiados grupos familiares durmiendo en las calles. Nada de todo ello motivó el cierre total de escuelas, ni paralizar las tareas de los empleados públicos, ni hubo feria judicial, ni cerraron los bancos, ni se desalentó el turismo ni las actividades comerciales u oficios básicos para sobrevivir.
El coronavirus tiene una mortalidad más baja que la gripe común, aunque la transmisión de la enfermedad es muchísimo más rápida. Los infectados, que son un grupo incomparablemente mayor que los fallecidos, se curan en unos 10 a 14 días, la mayoría guardando reposo. El problema es la falta de capacidad de terapia intensiva para atender a un número grande de enfermos graves. Esa es la realidad objetiva. Se muere tanta gente en Italia, España y en Nueva York porque no hay instalaciones suficientes para atenderlos a todos al mismo tiempo. Gracias a las medidas tomadas por el gobierno nacional, en forma rápida y anticipada, se ha ganado tiempo para preparar al sistema de salud con más instalaciones y para conseguir los reactivos de los test que, lamentablemente, no se han comprado a tiempo por la alta demanda global. Falta inducir el uso generalizado de barbijos para evitar que los infectados no sintomáticos sigan dispersando el virus entre los no infectados. Sin duda que la mejor estrategia es identificar a los infectados mediante test masivos y tratar de resguardar a los más potencialmente afectados, los mayores de 65 años y aquellos con enfermedades graves preexistentes.
Lamentablemente se ha creado un pánico semejante al que existe en varias otras naciones. Sin embargo, hay que decir la verdad acerca de esta enfermedad y de las posibilidades reales de contraerla. Es lógico que los médicos especialistas (virólogos, epidemiólogos) recomienden lo óptimo para controlar la epidemia, pero si el costo es destruir económicamente a la Nación, entonces hay que buscar una diagonal que equilibre las cosas. Es cierto que gracias al miedo una gran parte de la población ha cumplido la consigna de “quedate en casa”, que de otro modo no se hubiese cumplido. Pero a la vista de lo imparable que resulta el hambre, producto de la vasta pobreza, desarrollada desde hace décadas, los más humildes han salido en desbandada hacia las colas de los bancos; lo cual es lógico ya que no existe seguro de desempleo. Cuál es el timing adecuado y los tiempos apropiados para ir liberando las actividades es un tema técnico entre especialistas de la salud y de la economía. Es hora de hacer que el Estado salga del estado “burocrático” en que opera desde siempre.
La falta de coordinación dentro de la UE ha creado desorientación e incertidumbre entre sus ciudadanos. Ellos ya saben que esta pandemia traerá una clara disminución de su estado de bienestar y que muchos más ciudadanos dependerán de la ayuda del Estado, lo cual a la larga creará problemas inflacionarios y agravará la situación por falta de iniciativas, de inversión y de creación de empleo legítimo. Por eso es importante saber cómo y cuándo deberá el Gobierno liberar de la cuarentena a mayores sectores de la población, para que al menos prosigan sus actividades que le permitan sobrevivir. Si seguimos paralizando demasiado el aparato productivo de bienes y servicios, el remedio va a ser peor que la enfermedad y la economía supérstite, con su secuela de mayor pobreza, va a completar el “trabajo” que la peste no logró.
Es altamente probable que el sistema mundial entre en una etapa de reestructuración global. Países como Argentina poco podrán influir en lo global, pero podrían sacar provecho de la situación, si tienen claro cuál es el rumbo que deben tomar. La nueva etapa será más compleja y seguramente más cerrada, con un Estado más presente, lo que no necesariamente signifique más eficaz y eficiente. Por otro lado, la Argentina será más pobre y, si no planificamos con anticipación y con ciertos consensos, incluso podría ser aún más desigual. Deberán ser considerados en la futura toma de decisiones, todos los errores del pasado que nos llevaron a la actual decadencia y estancamiento. No solo debemos preocuparnos por los temas materiales, sino que un capítulo aparte será la reconstrucción ética, la cultura del esfuerzo, y de la solidaridad. Una estrategia que abarque un gran espectro temático debe poder construirse vertical y horizontalmente.
Nadie ignora que Argentina tiene problemas desde hace décadas. Un gobierno le tira la culpa al anterior, aun sabiendo que todos son, en alguna medida, responsables. Cuando termine la pandemia, se verá más claramente que también varias instituciones han fallado. No saldremos de esta situación, con o sin coronavirus, si seguimos teniendo las mismas actitudes y cometiendo sistemáticamente los mismos errores. El grado de hipocresía y de pelea interna desborda los límites de lo razonable. El país de las ventajitas y los ventajeros debe desaparecer o la pobreza se generalizará. El mundo nunca será el mismo después del coronavirus. Discutir ahora sobre el pasado solo hace que sea más difícil hacer lo que hay que hacer. Todos los líderes mundiales hacen especial hincapié en la acción conjunta, comunitaria y mancomunada, donde todos tienen que resignar algo. En los momentos difíciles es donde estas actitudes podrían pasar de posibles a probables. No son momentos para enfatizar las diferencias, sino de profundizar lo que nos une.
El Presidente debería crear, lo antes posible, un Consejo de Reconstrucción Post Crisis, que estudie y formule recomendaciones para la etapa siguiente, integrado por los mejores expertos, sin distinción de ideologías, de todas las disciplinas que hacen a la formulación de políticas de Estado. La idea es crear un laboratorio de ideas o mesa de estado mayor, que con la necesaria anticipación (factor clave) formule los escenarios y las soluciones prácticas (hojas de ruta) para reconstruir saludablemente al país, aprovechando la reestructuración del poder global, en el marco de los problemas supérstites, magnificados y agravados por este período de inmovilidad.
Prepararse con tiempo siempre ha sido clave para resolver problemas. Las urgencias siempre se pagan caras. Argentina no tiene demasiada tradición y prácticas de gobierno, utilizando el pensamiento estratégico, el análisis geopolítico y otras herramientas de la inteligencia estratégica. Ahora es el momento más que apropiado para ejercitarlas. Hay que proyectar, analizar y proponer programas de trabajo, en forma federal, para lograr una base de planeamiento estratégico, paralelo al presupuesto nacional. Cada escenario futuro debe tener su plan de acción alternativo. No hay otra forma de gestionar un país en tiempos de incertidumbre y con creciente complejidad que provocan los múltiples factores, nacionales e internacionales, en juego. Los esfuerzos que se están realizando para amortiguar la crisis actual, sean de la importancia que fuesen, no deben desplazar o ralentizar la urgente tarea de lanzar un modelo de reconstrucción amplio para proyectar la transición hacia un orden posterior al coronavirus.
Los problemas que se avecinan no son solo los clásicos. Lo que dábamos por obvio podría llegar a ser lo opuesto: solo hay que pensar en Vaca Muerta y el precio del petróleo; la menor demanda global y los precios de las commodities agrícolas; los pagos de la deuda externa; el desempleo tecnológico; la impaciencia popular provocada por las comunicaciones globales instantáneas, y otras. Tenemos mucha inteligencia humana disponible; aprovechémosla antes de que emigren. Estamos frente a un desafío histórico, que es también una oportunidad: se trata de manejar la crisis, pero pensando en construir un futuro mejor para todos los argentinos
El autor es analista geopolítico